martes, 20 de abril de 2010

poemas de primavera

A Dios por la primavera:
Todo es fosforescente, y de milagro....
Todo encendido misteriosamente ,por esta luz azul...
A cual de presencia,que sube por las venas de las cosas,
lo mismo que si el mundo,todo,
fuera una rama de harbe que ardiera dentro...

O h rosas, fieles rosas de mi jardín en mayo;
ya venís, como siempre, a reposar mi angustia
con vuestro testimonio de que Dios no me olvida.

H ubo un tiempo en que yo creí perdido todo.
Pero vuestra constancia no se enteró siquiera
y seguisteis viniendo a acariciar mi frente
y a decirme que el mundo seguía estando intacto.

Surgís difícilmente lentas, de dentro a fuera,
como torres de nubes que, imitando dragones,
se alzan en el ocaso, saliendo de sí mismas;
o como un sentimiento, tan nuestro y tan profundo,
que al subirlo a la boca va espeso del esfuerzo,
arrastrando en su parto los más hondos aromas.
¿Qué decís, qué decís, bocas de Dios infantes?
¡Cuánto trabajo os cuesta pronunciar la palabra
oliente y no entendida! Os morís, fatigadas,
cuando acaba, al decirla, vuestro oficio en la tierra.

V uestra belleza es eso: morir, pasar al vuelo.
Vuestro aroma es la muerte. Y por eso enloquece.
Mas ¡qué importa morir cuando se ha sido, y tanto!
Yo os doy la eternidad que os quitaba el ser bellas.
Os tengo en mi recuerdo lo mismo que un libro,
evocándome mayos, muchachas y ciudades,
al hallaros de pronto, cuando paso las hojas.
Voy contando mis años por relevos de rosas.
De rosas repetidas, de eternidad de rosas
que me animan, diciéndome que el Señor sigue en pie.









A gua de mayo, lloviendo
la nube está.
¿Y ha de quedar todo en eso?


¿A
caba así tanta altura,
en paraguas callejeros?
No. En su oficina, un vergel,
la vieja alquimia prepara
su divino arte secreto.
Esperan botón, capullo,
algo,
aunque de la tierra venga,
más celeste que terreno.
Lento, se empapa el jardín
de lo que antes era cielo.
M uy despacio, tallo arriba
la nube gris va subiendo.
Su gris se le torna rosa,
lo fosco se vuelve tierno.
Perfecciones que soñara,
errabunda, por los cielos,
la nube se las realiza
en el capullo que ha abierto.
Y aquella deriva lenta,
por los anchos firmamentos,
en suave puerto termina:
en la calma de unos pétalos.

¿Q uién de menos la echaría,
quién va a decir que se ha muerto,
si en el azul absoluto
falta su bulto sereno?
Está aquí, que yo lo siento,
olor de nube, en la flor,
celeste, en tierra, resuello.
Y si ayer vapor la vi,
en mi mano está su peso,
ahora, leve; y sus celajes
en carmines los poseo.

F eliz la nube de mayo,
que en esta o aquella rosa
cumple su sino perfecto.
Feliz ella y feliz yo,
que la tengo.

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